Texto: Eduardo Moreno.
El medio ambiente aparece como el inesperado beneficiario de la pandemia. La baja presencia de personas en las calles, producto del confinamiento por la emergencia sanitaria del Covid-19, ha causado una mejora en la calidad del aire, reducción en las emisiones de carbono e incluso el regreso de algunas especies animales a lugares con alta densidad de población humana.
Esto ha generado que en redes sociales y en conversaciones privadas surjan comentarios que culpan a los seres humanos en general del mal estado en que se encuentra el planeta, algunos incluso señalando que “la humanidad es el verdadero virus” disculpando de paso al Covid-19.
Durante una crisis que ha matado a cientos de miles de personas, y que de paso está creando una recesión económica mundial, hacer esta clase de comentarios implica que la pérdida de vidas y el sufrimiento a gran escala son necesarios para restaurar al medio ambiente. Esto se conoce con el nombre de ecofascismo.
Si bien los comentarios que se pueden leer en las redes sociales en México carecen del etnonacionalismo del movimiento (el ecofascismo surgió durante la Alemania Nazi sosteniendo que la “raza” aria debía recuperar la tierra para protegerla) el mensaje es congruente con la idea de que la muerte en masa traerá beneficios para la población que pueda sobrevivir, la cual por supuesto pertenecería a quien tenga la mayor cantidad de recursos para hacerlo.
El falso mito del capitalismo verde y cómo se beneficia del ecofascismo
El actual modelo capitalista y de consumo acelerado es el gran responsable de la crisis ambiental, pero hay que recordar el capitalismo no es un individuo sino un sistema. En medio del debate por cambiar el modelo económico surge el capitalismo verde, que propone la idea de que es posible mantener la producción actual y preservar la naturaleza (vista como una mera fuente de recursos) al mismo tiempo.
El capitalismo verde perdona y justifica las acciones de las grandes empresas y deposita todo el peso de la iniciativa para abordar el cambio climático en los individuos.
En internet y medios convencionales se puede encontrar toda clase de consejos para que las personas cambien su comportamiento y hábitos de consumo (usar transporte público, comer menos carne y más verduras, usar de manera más eficiente el agua y la luz, etc.) reforzando el mensaje de que son las acciones de la gente las que evitarán la catástrofe ambiental mientras las grandes corporaciones y las autoridades solo actúan en consecuencia de lo que hace la sociedad civil.
Pero también hay un lado más violento, y es ahí donde el sistema capitalista se sirve del ecofascismo. Difundir la idea de que la raza humana es la culpable del deterioro del planeta y que las muertes a gran escala corrigen el rumbo sirve para librar de culpa a los grandes industriales, a los empresarios del sector energético y todo aquel que utiliza el modelo actual para sus intereses económicos y políticos.
Un informe publicado por Carbon Disclosure Project en 2017 expuso que 100 empresas son responsables del 71% de las emisiones globales de CO2 desde 1988. Solo unas 25 corporaciones y entidades públicas fueron responsables de la mitad de las emisiones industriales globales en el mismo periodo. Con esta información se puede concluir que lo que hagan los individuos no bastará para resolver la crisis climática.
Los gobiernos y las industrias tienen la responsabilidad. Los más pobres necesitan el apoyo.
En su forma menos radical el ecofascismo alimenta a grupos defensores de que la reproducción de ciertos grupos sociales y la sobrepoblación son la causa principal de los problemas del planeta. Las víctimas de esta clase de discursos son invariablemente los individuos más pobres a quienes se les señala por su alta tasa de natalidad. Los migrantes y las minorías también se ven afectados por esta línea de pensamiento.
Las poblaciones con menos recursos merecen el mayor apoyo y la menor culpa, el mismo sistema que tiene al medio ambiente al borde del colapso también es responsable de la desigualdad en la que viven.
Una lógica perezosa que en lugar de buscar un cambio de fondo hace un juicio moral, parecido a culpar a la víctima, desvía la culpa y la responsabilidad de aquellos que son los autores principales del calentamiento global y del estado de inequidad en la sociedad. Las personas tienen indiscutiblemente un papel que jugar, pero las pequeñas acciones individuales no se comparan con el poder de promulgar y efectuar cambios estructurales que conforme corre el tiempo son cada vez más urgentes.